lunes, 14 de diciembre de 2009

2011 APAGÓN ANALÓGICO POLÍTICO, MIGRAMOS DE POLÍTICA ANALÓGICA A POLÍTICA DIGITAL

** UN CASO CONCRETO DE "POLÍTICA ANALÓGICA", POR PARTE DE ALGÚN POLÍTICO.




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2011 APAGÓN ANALÓGICO POLÍTICO, MIGRAMOS DE POLÍTICA ANALÓGICA A POLÍTICA DIGITAL
En la actualidad estamos desarrollando una política analógica y para el bien de los ciudadanos y acabar con ese proceso de desafección tenemos la obligación de migrar totalmente de la forma de hacer política, es decir realizar una transformación radical para poder dar lo mejor a la ciudadanía, que nos pide SER UN SERVICIO PÚBLICO. Todos estamos implicados en este proceso, todos los políticos y con la ayuda de los técnicos.
Como definimos la política analógica actual, las actuaciones son aparentemente competenciales y cuando se propone un objetivo, es un objetivo poco, o nada, consensuado y se interfiere de ataques no constructivos y bastantes mas destructivos, debilita la credibilidad del ciudadano hacia los políticos y al objetivo final el cual queda mermado o relentizado. La definición de política analógica es la comparativa con una señal portadora de datos con ruido y decodificada por el ciudadano con su receptor y su capacidad receptora. Si es mas afín a algún partido político se sentirá en mayor grado o menor grado con el objetivo o con el ruido generado dando siempre un mayor o menor grado de desafección y frustación. Este "ruido" lo definiremos como las interferencias de críticas no constructivas del resto de grupos políticos que no han consensuado el objetivo a tratar.
Es necesario la implementación de la política digital. El soporte y escena son las mismas pero aumentamos exponencialmente lo obtención de objetivos en beneficio al ciudadano, comenzamos a crear SERVICIO PÚBLICO REAL, con efectividad y eficiencia. El ciudadano se siente identificado con todos los objetivos propuestos ya que todos ellos se han consensuado. El anterior ruido se ha pasado a otra variante, es un "coeficiente de desviación", que "en principio hemos derivado y no procedemos a integrar en el objetivo final consensuado", pero "no está despreciado" está reflejado dentro del proceso e identificado en un sociograma interno de cada objetivo. "A esta forma de representación le denominaremos pictograma política digital", en la cual "incluimos gráficamente los vectores": de dinero invertido, tiempo de ejecución, objetivos consensuados y posibilidad o no de partidas extraordinarias para mayor objetivo y sociograma interno de la relación de los objetivos consensuados y el coeficiente de corrección con los sociogramas correspondientes de esta intervención de los diferentes grupos políticos en este objetivo a alcanzar, el cual nos da la desviación la cual hemos derivado y en principio no consensuado, pero sí valorado, identificado, cuantificado y propuesto dentro de la partida extraordinaria y objetivo extraordinario no consensuado. Este pictograma con identificación vectorial, es el paquete de objetivo cerrado y tratado, el cual no provoca desafección, ni ruido a la ciudadana-ciudadano, ya que siempre se siente identificado, porque su representante lo ha consensuado.

FACEBOOK. Faci D´alcalde de Sabadell.

continuará....

** La partitocracia o partidocracia, por Javier Caso Iglesias.

La partitocracia o partidocracia se trata de un neologismo empleado para definir la burocracia de los partidos políticos. Según el filósofo Gustavo Bueno "la partitocracia constituye una deformación sistemática de la democracia. Cada partido tiene sistemáticamente que atacar al otro". Asimismo, para la teoría antiliberal, "la partitocracia es aquella forma de Estado en que las oligarquías partidistas asumen la soberanía efectiva", como lo enunció Gonzalo Fernández de la Mora. Su desarrollo suele venir aparejado con los sistemas parlamentarios.

Es un término que se utiliza para designar el sistema de gobierno en el cual, aunque teóricamente se vive en democracia, los actores principales y únicos del panorama político son los grandes partidos políticos. Estos a base de un sistema democratico de turnismo, se van pasando el gobierno de forma consecutiva, coartando las posibilidades de que los ciudadanos expresen su voluntad real más allá de los partidos ya existentes. Partiendo de la base de que los partidos son un mal necesario, los ciudadanos se van apartando de ellos y buscan otros cauces para intervenir, lo que lleva a la creación de los llamados "grupos de presión". En muchas ocasiones también viene asociado a sistemas bipartidistas.

Seguir leyendo en Wikipedia.-
http://es.wikipedia.org/wiki/Partitocracia

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Feliz año nuevo amig@s. Este es el primer año de la década prodigiosa, de 2010 a 2020 se verán cumplidos muchos de nuestros objetivos y deseos. En esta década la partitocracia será sustituida por la democracia; así como las prácticas, usos y costumbres burguesas-conservadoras en los políticos de "izquierda" serán superadas y sustituidas por prácticas empáticas, afectivas y cercanas al ciudadano y a sus problemas.

O nuestros responsables políticos-institucionales cambian o se los cambia. La cuenta atrás ha empezado ya. En el 2010 elecciones en Catalunya, en el 2011 Autonómicas y Municipales y en el 2012 elecciones generales. Son momentos decisivos de la historia para hacer sentir lo que queremos y ser correspondid@s como ciudadan@s.

Y ya no nos valen promesas en programas electorales que, como siempre, terminan quedando en agua de borrajas; sino que pretendemos realizaciones prácticas concretas en este período que hasta las diferentes convocatorias electorales aún hay. De no ver nada no se obtendrá nada de una ciudadanía cada día más consciente y más enfadada por que constantemente le vendan humo.

Recibid un muy fuerte abrazote amig@s. Y lo dicho feliz 2010, feliz comienzo de la década prodigiosa.

http://javiercasoiglesias.blogspot.com/

Creo que esto va m... Leer más allá del bipartidismo; la mayoría de las organizaciones de izquierda se dirigen de una forma cupular en la que los ciudadanos no pintan nada de nada. Hay que darles una lección como en Alemania para que vayan tomando nota y empiecen a cambiar internamente sus prácticas, usos y costumbres. De no ser así no terminarán entendiendo el mensaje. Sólo hay que reforzarlos electoralmente si previamente han cumplido, ya no nos valen promesas; han de cumplir antes de recibir nuestros votos. Ahora hay 1.700.000 votos en el alero que representan a 20 diputados. Si quieren ganarlos han de sudar la camiseta, han de cambiar sus prácticas, usos y costumbres; de no ser así a chupar banquillo como los malos jugadores. Ahora tenemos una oportunidad histórica: Catalunya 2010, Autonómicas y Municipales 2011 y Elecciones Generales 2012. En el momento actual la izquierda pierde estas convocatorias, de ella misma depende salir del impasse que vive cambiando formas, prácticas, usos y costumbres. Si no hay cambio previo no puede haber voto, pues con el voto se refuerzan conductas. Si lo damos ante una mala conducta esta se perpetuará en el tiempo. La psicología de la conducta y de la personalidad nos enseña esto.

Jose Hernandez Perez ha comentado la nota "La partitocracia o partidocracia" de Javier Caso Iglesias:
"La abstención activa debe de pasar necesariamente por una coordinación, consituyendose como una plataforma y grupo de presión para ser efectiva. Si sumamos los tres grupos mencionados de lo que no os quede duda, es dónde esta la izquierda real y por lo tanto mayoria aplastante y que ya se estan decantando por una alternativa, preguntese a los ciudadanos que como tú Celia ya hablas de clase politica lo cuál ya es un adjetivo sufiente y compartido por los tres grupos que vuelvo a mencionar, que ya da idea de como los consideramos. Abstencionistas, Voto Nulo y Voto Util que hoy son los que se sienten más excluidos, no os quede duda de que a esta plataforma de presión por la cantidad de miembros que en ella deben de estar, serian sus propios representantes y representados. Sintiendose este alto segmento de la población excluido y siendo practicamente en su totalidad la izquierda (republicanos socialistas comunistas librepensadores y libertarios) a mi no me quedan dudas de su capacidad de convocatorias y la presión que podemos ejercer a esa clase politica ya muy desacreditada por estar engrasada de cargos y moneda facilitada por la oligarquia de la que ya forman parte, seria el paso inicial y previo a una autentica Democracia Parcitipaba la cuál por su condicion sólo puede tener su origen en la base y que haria tambalear su corrompida partitocracia y régimen monárquico y no olvidemos que ahi no habrian exluidos. La Idea debe forjarse con el esfuerzo de todos. Organicemosla ya!!! dejando nuestras diferencias para el debate en ella y abramos la senda."
Para ver la cadena de mensajes, haz clic en el siguiente enlace:
http://www.facebook.com/n/?%2Fnote.php&note_id=228626077860&comments&mid=1ad4385G5af325d20625G1f57e1G12

** Aportación para la reflexión de Francisco Rodríguez López y, una aproximación de respuesta en positivo a tan válida aportación, por parte de Carlos Betha

Te envio éste texto para reflexionar sobre las vías que conducen a fortalecer las instituciones montadas para preservar, legitimándolas, los privilegios de una minoría. Centrar los focos de atención sobre métodos de participación ciudadana en esas organizaciones, no hace otra cosa que iluminar una determinada y capciosa vía, para la integración y fortalecimiento institucional.
Así fue, como morimos

http://www.paolobarnard.info

Traducción de Riccardo Micco

El juicio inició el 23 de agosto de 1971 en las aulas de la Cámara de Comercio de EEUU y llegó a sentencia el 31 de mayo de 1975 en la asamblea plenaria de la Comisión Trilateral en Kyoto. En cuatro años de debate los amos de nuestras vidas decidieron que el imputado tenía que morir. El imputado se llamaba Derechos, o sea Democracia Participativa de los ciudadanos, o sea paz, tolerancia, bien común, libre amor y libre pensamiento, un Mundo Mejor por cada hombre y mujer de este planeta, el mundo que queríamos y que hoy no tenemos. En los años setenta ese mundo parecía a punto de realizarse, empujado por el extraordinario viento de progresismo que había soplado en el mundo occidental en la década de los sesenta.

La sentencia decretó que el imputado era culpable, y sentenció la ejecución capital. Lo que hoy aparece como el Poder – lo gobiernos de cada país, las mafias, el monstruo mediático comercial, la corrupción política, el imperio del consumismo - no lo es. Solo son las manifestaciones de esa sentencia. El Poder son los que la decidieron y la escribieron, esa es la origen de todo.

Los más jóvenes dudarán de estas palabras, pero realmente hasta la época del proceso de que estoy hablando existía algo llamado Esperanza. Era hija de dos siglos de luchas de hombres y mujeres comunes, una epopeya de sacrificios en defensa de ideas deslumbrantes, conducida desde el fin del siglo XVIII por gente capaz de cambiar la Historia. Cambiar la Historia tenía un único lema: quitar el poder a los pocos y darlo a los muchos, por el bien de todos. Los pocos, herederos desde milenios de un poder gigante, sufrieron en dos siglos ese intento de cambio, hasta el día en que decidieron que había que parar la Historia. La idea que los muchos tenían que decidir a expensas de los intereses de los pocos, tenía que extinguirse.

Las líneas siguientes dicen en resumidas palabras que para combatir el Poder hay que comprender quien es realmente, porqué luchar contra sus títeres no sirve de nada. Hay que comprender donde nació y cuáles son los medios y las estrategias que ha usado, para que otros hombres y mujeres vuelvan a luchar contra él con los medios adecuados. La mayoría de los ‘antagonistas’ de hoy no cuidan este aspecto y se están equivocando en casi todo. Las palabras que vais a leer son las verdaderas palabras del Poder, las que han cambiado nuestras vidas en todo el mundo, son los hechos.

El abogado del diablo.

Había que parar la Historia. Los primeros a pensar en esto fueron los hombres de negocio estadounidenses de la época de Nixon, cuyo leader era Eugene Sydnor Jr de la Cámara de Comercio. Pero, ¿Cómo? La respuesta fue clara: con la fuerza de las ideas. La misma fuerza que se usó en la época de la Ilustración. Solo bastó una llamada a un abogado. Lewis Powell era legal de los consejos de administración de muchas empresas, tenía gran cultura y capacidad, le contrataron para iniciar el proceso.

Powell escribió un ‘memorándum’ de once páginas, en un lenguaje de bachillerato, y forjó la primera arma del contraataque: la sencillez. Simples conceptos, esenciales, una comunicación directa y comprensible a todos, desde el presidente de empresa hasta el taxista. La derecha siempre utiliza este método y de hecho sus ideas se difunden y ganan de esta manera. La izquierda casi nunca ha entendido ni siquiera el abc de la comunicación.

La diagnosis de Lewis Powell: “(Nosotros de la derecha económica) no nos enfrentamos a ataques esporádicos. El ataque a las corporaciones es sistémico y común. Hay una guerra ideológica contra el sistema de las empresas y los valores de occidente. Está claro como la luz que los mismos fundamentos de nuestras libertades están bajo un ataque masivo, porqué la amenaza al sistema de las empresas no solo es una cuestión de economía, sino llega a amenazar las libertades individuales”. No hay debate posible, porqué “la única alternativa al sistema capitalista son las dictaduras de las burocracias socialistas o fascistas.” Luego está el llamamiento: “Ha llegado la hora para el business americano de marchar contra los que quieren su destrucción.” ¿Quiénes son los virus? “Sin duda la izquierda radical, la cual es mucho más potente numérica y económicamente que antes en la historia. Pero las voces más preocupantes llegan desde elementos respetados y respetables como las universidades, los medios de comunicación, los intelectuales, los artistas y algunos políticos. La preocupación máxima del poder debe de ser la izquierda y los reformadores sociales.” Luego vienen los estudiantes: “casi la mitad de los estudiantes está a favor de la socialización de las industrias” . La izquierda está librando un “ataque al mismo sistema, que confunde el publico y reduce su confianza en él.”

Son menos de 200 palabras que nos cuentan ya todo lo que ha sucedido en los 39 años a venir, en todo occidente, en los campos sociales, económico, ideológico, sindical.

Lewis Powell decretó las reglas de guerra y los primeros en seguirlas tenían que ser justamente los Padrones, que se percibían a sí mismos como irrelevantes. El ‘memorándum’ proclama así que “pocos elementos de la sociedad americana hoy tienen tan poca influencia en los gobiernos como el business, las corporaciones y los accionistas. No exagero afirmando que somos los olvidados.” Para subvertir las cosas, la derecha deberá tener la fuerza de “organizarse, planificar a largo plazo, disciplinarse, financiarse y estar unidas” O sea, transformarse en un ejército de activistas poderoso y eficaz. La consecuencia de estos simples conceptos será enorme: nació así el mundo de las lobby del poder económico, que hoy eligen los presidentes de EEUU, que regulan las guerras en Oriente Próximo, que deciden las políticas en la Eurocámara y deciden quién puede comerciar y qué en todo el mundo y de hecho han llevado el business, las corporaciones y los accionistas al súper poder de hoy.

Powell hace aquí hincapié en algo impactante, si leído hoy: “El business debe aprender las lecciones y las prácticas del mundo de los trabajadores, o sea que el poder político es indispensable, debe ser cultivado asiduamente y utilizado agresivamente si hace falta, sin miedo.” En otras palabras, la derecha encontró la vía del rescate imitando la izquierda de la época. Ellos la asumieron, nosotros la perdimos. Y luego: “Quien nos representa tiene que convertirse en algo mucho más agresivo, tiene que ejercer una fuerte presión sobre toda la política para que esta nos apoye y no tendremos que dudar a la hora de penalizar a los opositores” . Las lobby tendrán que dedicarse sobre todo a la justicia, “explotando el sector de la misma manera que la izquierda y los sindicatos, que a menudo nos han arrebatado nuestros intereses”.

Los gemelos Educación y Television

Lewis Powell tuvo la intuición que en el futuro, las decisiones tomadas en la sociedad saldrían del mundo del los collares blancos titulados en las universidades de occidente. Pero los ateneos de la época estaban repletos de ideas subversivas. “Hay ponientes de izquierda y miles de extremistas, y ninguna paridad en presencia de sostenedores del sistema de gobierno americano y del business”. La fuerza de las lobby tenía que golpear las universidades. La derecha económica tenía que crear un ejército de catedráticos que “creen de manera firme en el sistema de las empresas”. Una vez logrado esto, “nuestros profesores tendrán que evaluar los libros de texto, sobre todo los de economía, políticas y sociología” El eje central tenía que ser sobre todo la economía, donde “tendremos que gozar de una relación estrecha con las facultades”. Aquí se entiende muy bien de donde nace el pensamiento del Mercado Libre (ojo: lo que está libre es el movimiento de capitales, no de mercancías y menos de hombres) que desde hace más de 20 años es de dominio en cada facultad de economía. Los lectores aquí tienen que saber que es precisamente desde las universidades que proceden las políticas de empobrecimiento de los servicios esenciales, del derecho al trabajo, la salud pública, la vivienda, las pensiones. Nuestros gobiernos sólo son ejecutores que no tienen elección y por eso no tenemos que mirar hacia Berlusconi, Sarkozy o quien sea para comprenderlo, no son ellos los que tenemos que combatir.

En el 1971 los medios de comunicación ya eran centrales en los juegos de poder, pero no lo suficiente. El abogado tampoco para este tema desperdició palabras: “Las televisiones tendrán que ser puestas bajo observación de manera constante, de la misma manera que los libros de texto universitarios. Esto se aplicará a los informes y las encuestas emitidas por televisión, que a menudo contiene críticas al sistema del business.” También prensa y radio: “Tendremos que emplear cada posible solución para promovernos a través de estos medios” , ni las revistas populares, donde “tendrá que ser constante el flujo de nuestros artículos” ni los quioscos, donde “existe oportunidad de educación del público, sin embargo al día de hoy no hay publicaciones atractivas por nuestra parte”. Powell prescribe aquí el estallido, realmente ocurrido en los años siguientes, de las publicaciones populares, rebosantes de una representación positiva del consumismo, y los mensajes que los medios nos dirigen en cualquier salsa y minuto para reforzar el sistema capitalista. De hecho escribió: “gastamos millones de dólares en publicidad...y solo una fracción de estos publicitan el Sistema”.

Simplemente lo mejor

El ‘memorándum’ concluye con las directivas para el futuro ejercito de los Padrones. En primer lugar, hay que encontrar financiación masiva y constante y aquí, dice el abogado, “necesitamos de un apoyo financiero por parte de las corporaciones muy superior a lo de ahora”. Powell bien sabía que la creación del consenso no podía depender de intelectuales sin bolsillo o voluntarios mal pagados y prescribió que quien trabajara en el proyecto de parar la Historia tendrá que ser “pagado al mismo nivel de los directivos de empresas y catedráticos” y sus competencias “tendrán que ser en los niveles más altos en sectores claves como la publicidad, los medios de comunicación y la abogacía” . El proyecto de parar la Historia tendrá que ser evaluado en calidad y fidelidad de manera continua y “nuestra presencia en los medios, en los debates, en el mundo editorial, en la publicidad, en los tribunales y dentro las comisiones legislativas tendrá que ser sumamente precisa y de nivel excepcional” .

Once paginas así escritas fueron tomadas como patrón por las derechas económicas occidentales y, como cada uno de nosotros puede averiguar, hoy son realidad en cada palabra. El resultado son millones de seres humanos hipnotizados por ‘los valores del sistema’, en millones de estudiantes indoctrinados al libre mercado, en la destrucción implacable de los derechos fundamentales, en una inmensa red de medios de comunicación que de manera obsesiva promocionan aquel sistema, en el poder de las lobby, en la mortal habilidad y eficiencia de la implacable maquina del Consumismo. Aquellas once paginas de simples conceptos han sido el software guía de las derechas económicas en 39 años de trabajo incansable, unido, disciplinado, programado como nunca antes. El Poder, lanzado alma y cuerpo en la guerra en contra de la Esperanza, la cual fue derrotada finalmente cuatro años después de los primeros esfuerzos de Lewis Powell. Hizo falta por eso el trabajo de otros tres hombres para concluir el proceso, y pocas otras sencillas páginas.

La Democracia se salva matándola.

Es desconsolante escuchar hoy en día a las voces de algunos demagogos que denuncian el ataque a la democracia, llevado hoy, según ellos, por algunos títeres del Poder. Es como si alguien gritase socorro por la llegada del consumismo porque en la esquina han abierto un centro comercial. El ataque fue planificado hace ya 35 años y con tal efectividad que no deja esperanzas.

La Comisión Trilateral nació en el 1973 como libre asociación de ciudadanos americanos, europeos y japoneses con la intención de desarrollar una estrecha colaboración entre estas tres regiones sobre sus problemas comunes y de mejorar la comprensión de estos problemas . Claramente esta proclamación es una chorrada. En realidad es un club exclusivo de personas poderosas decididas a salvar sus intereses y que sin embargo no son para nada secretos u ocultos. La Comisión Trilateral es a lo contario la cara más pública de las derechas económicas modernas, plenamente partidarios de la democracia, cuyo significado es desde luego un instrumento libremente entregado a pocos por parte de muchos para que los muchos puedan ejercer el interés de los pocos. Una de los alcances principales de las derechas modernas fue que las dictaduras ya no eran el medio más adecuado para subyugar a los ciudadanos. Las dictaduras son asuntos sucios, incontrolables, que siempre terminan en algo embarazoso y campañas libradas por los medios de comunicación, que piden explicaciones de lo sucedido. Mucho mejor la democracia, pero con telemando a distancia. Si hasta ayer las derechas occidentales exportaban golpes de estados (Iran, Chile, Grecia…) hoy exportan democracia (Iraq, Afghanistan, Pakistan…) Pero la democracia tiene su doble cara: a largo plazo pone en primer lugar el interés de los muchos, a expensas del interés de los pocos. Es de izquierda por instinto. Por eso había que hacer algo y para eso se creó la Comisión Trilateral, que contaba y cuenta con la participación de personajes famosos y menos, como Zbigniev Brzezinski, Jimmy Carter, David Rockefeller, Giovanni Agnelli, Edmond de Rothschild, George Bush padre, Dick Cheney, Bill Clinton, Alan Greenspan, Henry Kissinger y muchos otros más.

Me explico: la democracia libre está por naturaleza a lado de los ciudadanos, ya que son ellos que la gobiernan. Esto, como dicho, era un hecho al final de los sesenta en algunos países del mundo no solo occidental, después de dos siglos de luchas. El Poder estaba mosqueado, pero comprendió el valor de la democracia como vehículo de sus intereses, y eso era una contradicción. Así que el Poder decidió: la democracia está consagrando la izquierda, entonces tenemos que matarla, pero la democracia nos sirve y por esto tenemos que salvarla. ¿Soluciones? Aparecieron tres pensadores: Samuel P. Huntington, Michel J. Crozier e Joji Watanuki. Tres intelectuales, catedráticos y consultores de gobiernos. Otra vez ellos dibujaron las recetas en términos muy sencillos en las 227 páginas de The Crisis Of Democracy, entregado a la Comisión Trilateral en el 1975. Otra vez sentenciaron la condena a muerte de la izquierda, pero de manera asombrosa. Todo estaba en una idea a primera vista loca: si queréis salvar la democracia y matarla al mismo tiempo, tendréis que salvarla mientras que la estáis matando.

La explicación se halla en la página 157 de The Crisis of Democracy, donde se lee: “la historia del éxito de la democracia está en la asimilación, por parte del público, de los valores, las actitudes y patrones de consumo de la clase media”. ¿Qué significa esto? Esto significa que cuando se quiera matar la democracia participativa (la democracia que hace el interés de los muchos a expensas del interés de los pocos) manteniendo en vida una simulación de la democracia (la democracia que nos trae a las urnas cada cierto tiempo para elegir a los pocos que nos exprimen como limones) los ciudadanos tienen que convertirse en consumidores y pequeños accionistas. Y eso es exactamente lo que nos hicieron. Fue una idea genial. Los ciudadanos que apenas estaban aprendiendo a participar, fueron reducidos a un público inerte y el contenido de la democracia fue aniquilado. Los tres autores dictaron las instrucciones de manera muy clara: “El funcionamiento efectivo de un sistema democrático necesita de cierto nivel de apatía de los individuos y los grupos. En los tiempos pasados, cada sociedad democrática tuvo una población variable que se hallaba en los márgenes, que no participaba en la política. Esto es intrínsecamente anti-democrático y sin embargo ha sido uno de los factores que ha concurrido al buen funcionamiento de la democracia” En el texto se lee también que la amenaza a la democracia estadounidense procedía “desde la misma sociedad con altos niveles de instrucción, dinámica y participante” una sociedad donde habían nacido “grupos de jóvenes y grupos étnicos que estaban desarrollando su propia conciencia” . Tenían que ser desactivados, hacerlos apáticos, inmóviles.
Os pido reflexionar sobre las líneas de arriba, porque si se comprende esto se aprende quien es el Poder, como trabaja y quien realmente hay que combatir, que no es Berlusconi, sino el Sistema, que utiliza a Berlusconi como uno de sus instrumentos para sus objetivos. Es inútil que hoy los antagonistas en Italia chillen contra la cúpula política porqué no fue esa en deshabilitar la democracia y sobre todo indignarse y chillar no es la manera de reactivar los ciudadanos apagados por las estrategias dibujadas en The Crisis of Democracy.

Curar la democracia con más democracia es como arrojar más gasolina al fuego.

El trabajo de Samuel P. Huntington, Michel J. Crozier e Joji Watanuki llegó mucho más allá en golpear cada aspecto de la democracia de participación. Basta con leer en la página 161 la lista de lo que según los autores obstaculiza la democracia: “1) la búsqueda de la igualdad entre los hombres… 2) La expansión de la participación en la política… 3) La competición política, sustancial en la democracia… 4) La respuesta de los gobiernos antes las demandas y las presiones de la sociedad...” Ahora bien, si pensáis en la época actual, os encontráis con que: 1) se ha destruido la igualdad de los individuos, a través del individualismo y la Cultura de la Visibilidad (o sea de los Vip, o Famosos). Hoy, quien no esté ‘visible’ en el poder político o en los medios de comunicación o en el arte/ocio/deporte es un cero, no existe. 2) La participación ciudadana es inexistente. 3) La eliminación de los partidos pequeños en favor de los grandes ha callado muchas fuerzas políticas. 4) Tenemos la sensación de que el gobierno ignore de manera constante las demandas y las reclamaciones de los ciudadanos y solo siga los intereses de las lobby del poder. Las instrucciones de Huntington, Crozier e Watanuki se han realizado en todo.

Ellos dijeron al Poder que “la idea democrática por la cual el gobierno debe responder a los ciudadanos, crea en estos la expectativa del cumplimiento de sus necesidades y de la eliminación de los males de la sociedad” y que “curar la democracia con más democracia es como arrojar más gasolina al fuego” . Palabras increíbles, pero que han moldeado nuestras vidas. Por cierto, la idea de Estado de Bienestar, que “daría a los trabajadores garantías y alivio al desempleo” se consideraba “un desastre…porqué originaría una época de caos social” . En el texto se avisa a los poderosos que “el impulso de la democracia es disminuir el poder del gobierno, aumentar sus funciones disminuyendo su autoridad”, que es precisamente lo que debe ocurrir en una democracia sana.

The Crisis Of Democracy dibuja la respuesta a esa ‘mala’ democracia: el regreso al gobierno de elite . Huntington, Crozier e Watanuki inician recordando el buen ejemplo del presidente Truman, que “consiguió gobernar el país con la ayuda de un pequeño número de abogados y banqueros de Wall Street”. Por cierto “la democracia solo es una de las fuentes de autoridad y tampoco puede ser siempre efectiva. En algunos casos”, escriben, “el más experimentado o el mayor en la jerarquía puede apartar la legitimidad democrática y reclamar la autoridad”. Hago hincapié en estas palabras escandalosas, porqué son el fundamento ideológico de la creación de la nueva Europa según el Tratado de Lisboa, que de hecho prescribe que nosotros los europeos vamos a estar gobernados por un puñado de burócratas súper especializados que no podremos elegir (a pesar de las falsedades que nos cuentan sobre el ampliado poder del Parlamento Europeo). ¿Entendéis ahora de donde viene el ataque a la democracia?

La trampa

Los sindicatos y cualquier otra forma de organización social, eran un problema al que enfrentarse. Aquí los autores dieron lo mejor, con una de las ideas más tramposas de la historia de la política moderna: la cooptación. Entendieron que en las democracias modernas no es rentable mantener un choque frontal con los sindicatos y empezaron a diseñar una de las épocas más obscuras en las relaciones entre el Poder y el mundo de los trabajadores, una época que en pocos años llevaría los sindicatos desde una histórica tradición de lucha por ampliar los derechos hasta la condición actual donde solo contratan el nivel de abolición de los derechos. Huntington, Crozier y Watanuki escribieron: “Las crecientes demandas y las presiones sobre los gobiernos imponen una mayor colaboración. Tendremos que pensar a medidas para asegurarnos soporte y recursos… por parte de los sindicatos y de las asociaciones ciudadanas”. Prestad atención: estas palabras se escriben en los años 70, cuando la sola idea de un sindicato que asegurase soporte y recursos a los gobiernos habría llamado a la traición, a la acusa de colaboracionismo y a revueltas en todas las fabricas. Pero ha ocurrido y no es necesario aquí resumir la historia de la gestión de las crisis económicas en varios países (solo quiero recordar la de Argentina en el año 2000) donde los sindicatos han sido cómplices de los gobiernos hasta llegar a financiar partidos políticos que llegarían al poder aplicando las mismas políticas que se habían comprometido a cambiar. Para los sindicatos, The Crisis of Democracy tenía guardada otra bala. Los autores sabían que la fuerza de los sindicatos se hallaba en la ideología radical y que “cuando esta pierda fuerza, pierden fuerzas las peticiones del sindicato” . Para conseguir esta pérdida de fuerza idearon la concertación . Ellos escribieron: “(la concertación)…produce desilusión en los trabajadores, que no se reconocen en una lucha burocrática y toman distancia de esa, y esto significa que más los sindicatos acepten este método de concertación, más se debilitan y menos pueden movilizar a los trabajadores y ejercer presión sobre los gobiernos” . Estas palabras se han sacado un poco fuera de un contexto más general, pero es chocante que los gérmenes de la disgregación de los sindicatos estuvieran tan claros a los que hace ya 35 años estaban planeando la muerte de la izquierda en occidente. No solo era necesaria la concertación, también había que apoyar a los sindicatos con vocación más autoritaria, ya que “en el Estado moderno los jefes poderosos de los sindicatos, los que tienen métodos autoritarios, son una amenaza menor a la autoridad de los líderes políticos, hasta se convierten en una ayuda a estos”. La motivación estaba clara: “si los sindicatos están desorganizados, si los miembros son rebeldes, si la lucha se hace extrema y las huelgas son frecuentes, una política nacional de los salarios es imposible…y contribuye a debilitar el gobierno (no los trabajadores, por supuesto! nda)” Así, bienvenida a la corporación sindical, mas domable.

Estos conceptos nos cuentan todo lo sucedido hasta ahora, donde los sindicatos corporación han vendido los Derechos, abandonando la lucha radical necesaria para no llegar hasta aquí. Los ejemplos son muchos, como la insistencia para reformas laborales (a toda ventaja de los padrones) y para subir la edad de jubilación, a pesar de que los contables del Estado nos digan que no hay necesidad de esto y que la Seguridad Social tiene superávit. Entonces ¿para qué insistir en esto? Porqué hay que cumplir con órdenes de más alto nivel, con decisiones tomadas desde ya hace mucho tiempo.

Control Social

Está claro ahora que el Poder ya entonces poseía una visión cristalina de los problemas a que enfrentarse, sean serios o irrelevantes. Entre estos últimos estaba la importante presencia de partidos comunistas en algunos países de Europa, como Italia y Francia. Este problema era considerado de muy poca importancia, ya que se lee: “Los partidos comunistas han cedido terreno en toda Europa occidental. Su ideología se encuentra borrosa y se han convertido en una Iglesia cuyo carisma se está desvaneciendo. Son partidos moderados y no representan ninguna amenaza a la democracia, ya que respetan sus reglas fundamentales” . Dejado a lado el problema de los ‘rojos’ (y así avalando la transición ‘democrática’ en España) el Poder pone manos a la obra en asuntos más modernos, como el control de los medios de comunicación. La televisión entre todos tenía que estar bajo control, ya que “hay pruebas que nos dicen que el desarrollo del periodismo televisivo ha contribuido a debilitar los gobiernos” y que la prensa “tiene un rol cada vez más crítico hacia los gobiernos y sus funcionarios”. Los medios dispuestos a desafiar la autoridad eran para los autores una amenaza al mismo funcionamiento de los ejecutivos, ya que “hace casi imposible el mantenimiento de la necesaria tranquilidad para gobernar” , y además “la ética democrática dificulta hoy el ocultamiento de la información, a la cual los medios tienen cada vez más acceso” . Lamentable era “el aumentado poder de los periodistas a expensas del poder de los editores y padrones”, y esto se afirmaba sin una gota de vergüenza. Así que algo había que hacer y The Crisis of Democracy señala que “Hacen falta medidas importantes para restablecer el equilibrio entre la prensa, el gobierno y otras instituciones” , un concepto que suena a blasfemia para quien tenga claro que imponer ese equilibrio se traduce en una mordaza para el periodismo, cuya función es, justamente, controlar el poder. No hace falta decir como ahora también estos conceptos se han vuelto realidad y que ejecutores como Murdoch o Berlusconi siguen cumpliendo esas órdenes.

Ese trabajo mantiene no obstante el foco sobre los ciudadanos de aquella época, salidos de la eufórica y revolucionaria década de los 60, con nuevos impulsos de activismo político, personas que “por pedir mayor estado de bienestar, necesitan más control social” . El activismo no era otra cosa que la democracia participativa , esa era la Esperanza, que tenía que morir ejecutada. En el decálogo de la Revancha del Poder de Huntington, Crozier y Watanuki el control social es una de las horcas. Más precisamente ellos hablaron de control social indirecto sobre el individuo, el más sucio y menos visible. Un instrumento ya probado en EEUU pero poco conocido en Europa, “donde la disciplina social no tiene la adoración que encuentra en Japón y donde las formas indirectas de control social desarrolladas en EEUU no se encuentran”. El peligro de la falta de control social es que “los trabajadores no consigan asimilarse en el ‘juego social’ sobre todo en los países latinos”. En otras palabras: si no se pueden incluir entre los consumidores , nunca podremos controlarlos y seguirán participando en la política. En la nueva democracia consumista, sellan Huntington, Crozier y Watanuki, hará falta “experimentar maneras más flexibles para obtener más control social, con menos coerción”. Doce sencillas palabras para dibujar uno de los procesos de ingeniería social más devastadores de la historia del control de las masas: la Existencia Comercial y la Cultura de la Visibilidad, o sea masas de ciudadanos reducidos a consumidores desactivados.

The Crisis of Democracy fue debatido en la asamblea de la Comisión Trilateral el 31 de Mayo de 1975. Aunque hubo voces disidentes, al rato los tres autores entraron en la administración de Jimmy Carter y sus ideas despegaron, juntas a las de Lewis Powell. Así murió la Esperanza, y así es como inició la Nueva Economía Libre. La lista de los que nos manipulan no está toda aquí por supuesto, hay otros: OMC, OCSE, FMI, los grandes bancos internacionales, la Comisión Europea, el grupo Bilderberg, las numerosas Think Tank económicas… pero siempre son miembros del mismo club, una reducida elite que ha vuelto a reinar, que sin ser elegida democráticamente impone decisiones supranacionales, y no se asusta por una crisis que ella misma ha generado, porqué bien sabe que la van a pagar sus súbditos desactivados.

El autor

Paolo Barnard es un periodista italiano conocido por ser un crítico virulento del capitalismo y sus distorsiones. Fue correspondiente en el extranjero para varios periódicos y ha trabajado 12 años en la televisión pública italiana, como autor de una popular transmisión de información, donde se hizo famoso por sus artículos ‘incómodos’ que desvelaban las tramas sucias del poder económico. Precisamente por uno de estos servicios, donde acusa el poder de las multinacionales del fármaco, fue sancionado y echado de la televisión pública. Es amigo personal y colaborador de Noam Chomsky y autor de libros que tratan del colonialismo occidental y la tragedia de Palestina. Tiene un blog muy popular en Italia.

Estoy totalmente de acuerdo contigo Paco, no se trata de un juego para fortalecer al sistema, y, que éste a su vez se sienta más satisfecfo y más fuerte. Se trata de minar el propio sistema e ir buscando la manera con la participación ciudadana de modificar totalmente el actual sistema, sabiendo que continuamente "los que manejan el mundo", van a seguir intentandolo de forma continuada, como "buscarle la vuelta", para llevarnos siempre a su terreno, hacer el que no crezca nada, o peor, hacernos creer que estamos haciendo algo, entretaniéndonos, para ellos seguir profundizando cada vez más en sus presupuestos. El mal no esta en la democracia participativa, ni en la participación ciudadana, sino en no tener claro, qué es lo que queremos, cómo lo queremos afrontar y de qué manera modificamos al sistema, denunciando todas estas actuaciones y otras que se irán manifestando a lo largo de nuestra historia. Tenemos que comenzar a caminar, sin ser ingénuos, ni jugar, sino actuar con sagacidad, inteligencia y en contínua búsqueda y autoreflexión, autocontrol y autocrítica.
Me gustaría poder hablarlo directamnte o al menos, usando las nuevas tecnologías, ya que yo estoy en Canarias y quizás tú estés en Cataluña u otro lugar de España. Hagamos una conversación "viva y profunda, por medio del Skype, como si fuese una video conferencia, y te animo a sumarte al trabajo de este proyecto, pués considero que la aportación del documento que me has enviado demuestra, que no quieres ser manipulado, ni manipular; por tanto, se trata de realizar la búsqueda entre todos con una actitud de contínua expectación. Un abrazo mi correo de skype es cbetben@hotmail.com mi teléfono móvil 653348812 y el fijo 922332769. Y siempre, podremos buscar la manera de encontrarnos para trabajar "en vivo y en directo", durante un fin de semana, todo lo que creemos, hemos aprendido, nos enseña, a que nos queda por aprender y que queremos realizar nuestros sueños, para no quedarnos parados y comenzar a recrear la cultura, que modifique nuestros objetivos, estrategias, tácticas, estructuras, actuaciones, relaciones.... Un abrazo. Carlos Betha.

** Consentimiento sin consentimiento

Un texto para reflexionar sobre la participación ciudadana. Muchas mentiras, mucha propaganda y persuación se utilizan para que los privilegiados sigan disfrutando y aumentando su poder y que las gentes legitimen su sistema por miedo al caos. Desastre que no es percibido en la actualidad, más allá de la miseria del Tercer Mundo. Algo que nos resbala y que vemos lejano y exótico. Reflexión de Francisco Rodríguez López, sobre el artículo de Chomsky

CONSENTIMIENTO SIN CONSENTIMIENTO: LA UNIFORMACIÓN DE LA OPINIÓN PÚBLICA Noam Chomsky

Una sociedad democrática decente debe basarse en el principío del «consentimiento de los gobernados». Esta idea ha ganado general aceptación, pero es cuestionada al mismo tiempo por ser demasiado fuerte y demasiado débil. Demasiado fuerte, porque sugiere que la gente debe ser gobernada y controlada. Demasiado débil, porque incluso los gobernantes más brutales necesitan en alguna medida el «consentimiento de los gobernados», y por regla general lo consiguen, no sólo mediante la fuerza.

Me intereso aquí por cómo se han afrontado estas cuestiones en las sociedades más libres y democráticas. A lo largo de los años, las fuerzas populares buscan ganar una mayor participación en la gestión de sus asuntos, con algunos éxitos junto con muchos fracasos. Mientras tanto se ha ido desarrollando un instructivo corpus de pensamiento que justifica la resistencia de las elites a la democracia. Quienes esperan entender el pasado y conformar el futuro harían bien en prestar cuidadosa atención no sólo a la práctica sino al entramado doctrinal en que se sustenta.

Estos temas fueron abordados hace doscientos cincuenta años por David Hume en una obra clásica. A Hume le intrigaba «la facilidad con que son gobernados muchos por pocos, la implícita sumisión con que los hombres entregan» su sino a quienes los gobiernan. Encontraba esto sorprendente, porque «la t'uerza siempre está del lado de los gobernados». Si la gente se diera cuenta de esto, se sublevaría y derrocaría a los señores. Llegó a la conclusión de que el gobierno se basa en el control de la opinión pública, un principio que «abarca a los gobiernos más despóticos y más militaristas igual que a los más libres y más populares».

Seguramente Hume subestimaba la eficacia de la fuerza bruta. Una versión más precisa de lo mismo sería que cuanto más «libre y popular» es un gobierno, más necesita apoyarse en el control de la opinión para asegurar la sumisión los gobern;tntes.

Que el pueblo debe someterse se da por supuesto en la inmensa mayor parte del espectro. En una democracia, los gobernados tienen derecho a dar su consentimiento, pero a nada más. En terminología del moderno pensamiento progresista, la población debe ser «espectadora» pero no «participante», fuera de ocasionales opciones entre los líderes que representan el auténtico poder. Ese es el terreno de la política. La población en general debe quedar excluida por completo del terreno económico, donde se determina buena parte de lo que ocurre en la sociedad. Ahí el pueblo no tiene que desempeñar ningún papel, según la teoría democrática prevaleciente.

Estos supuestos han sido discutidos a todo lo largo de la historia, pero el tema ha ganado una fuerza especial desde el moderno resurgimiento de la democracia iniciado en la Inglaterra del siglo xvii. El torbellino de la época suele describirse como un conflicto entre el rey y el Parlamento, pero, como muchas veces sucede, buena parte de la población no deseaba ser gobernada por ninguno de los que se disputaban el poder, sino «por paisanos como nosotros que conocen nuestras necesidades», tal exponen sus panfletos, no por «nobles y caballeros» que no «conocen los sufrimientos del pueblo» y que no harán «sino oprimirnos».

Estas ideas afligieron muchísimo a «los hombres de la mejor calidad», como se calificaron a sí mismos: los «hombres responsables», en terminología moderna. Estaban dispuestos a conceder derechos al pueblo, pero dentro de unos límites y según el principio de que por «el pueblo» no entendemos la plebe atolondrada e ignorante. Pero ¿cómo puede reconciliarse este principio de la vida social con la doctrina del «consentimiento a ser gobernados», que no era tan fácil de suprimir por entonces? Una solución al problema la propuso un contemporáneo de Hume, el distinguido filósofo moral Frances Hutcheson. Argumentó que el principio del «consentimiento a ser gobernados» no se quebranta cuando los gobernantes imponen planes que son rechazados por el pueblo, si posteriormente las masas «estúpidas» y «predispuestas» «asienten con entusiasmo» a lo que se ha hecho en su nombre. Podemos adoptar el principio de «consentimiento sin consentimiento», término que utilizó más tarde el sociólogo Franklin Henry Giddings.

Hutcheson se ocupó del control de la plebe dentro del país; Giddings, del fortalecimiento del orden en el exterior. Éste escribía sobre las Filipinas, que el ejército de Estados Unidos estaba liberando en aquellos momentos, mientras también se liberaban varios centenares de millares de almas de las tristezas de la vida; o bien, en palabras de la prensa, «haciendo matanzas de nativos al estilo inglés», de modo que «las descarriadas criaturas» que se nos resisten acabarán «respetando nuestras armas» y más tarde llegarán a reconocer que nosotros les deseamos «libertad» y «felicidad». Para explicar todo esto con las adecuadas maneras civilizadas, Giddings ideó el concepto de «consentimiento sin consentimiento». «Si en los años posteriores, [el pueblo conquistado] entiende y admite que el contencioso tenía un interés superior, es razonable sostener que la autoridad se ha impuesto con el consentimiento de los gobernados», como cuando un padre impide que un niño eche a correr entre la circulación callejera.

Estas explicaciones captan el verdadero significado de la doctrina del «consentimiento de los gobernados». El pueblo debe someterse a sus gobernantes y basta con que dé un consentimiento sin consentimiento. Puede utilizarse la fuerza dentro de los estados tiránicos y en los dominios en el extranjero. Cuando el recurso a la violencia está limitado, el consentimiento de los gobernados debe conseguirse mediante estratagemas que la opinión liberal y progresista denomina «manufactura del consentimiento».

La enorme industria de las relaciones públicas, desde sus inicias a comienzos de nuestro siglo, se ha dedicado al «control de la opinión pública», tal como describen la tarea las grandes figuras del ramo. Y actúan de acuerdo con sus palabras, lo cual es seguramente uno de los temas capitales de la historia moderna. El hecho de que la industria de las relaciones públicas tenga sus raíces y sus principales centros en el país «más libre» corresponde exactamente a lo que nos cabía esperar, contando con una adecuada comprensión de la máxima de Hume.

Pocos años después de que escribieran Hume y Hutcheson, los problemas que causaba la plebe en Inglaterra se extendieron a las colonias en rebeldía de América. Los padres fundadores repitieron casi con las mismas palabras los sentimientos de los «hombres de la mejor calidad» británicos. Como dijo uno de ellos: «Cuando hablo del pueblo, sólo estoy pensando en la parte racional. Los ignorantes y vulgares no valen para juzgar los métodos [de gobierno], dado que son incapaces de manejar las riendas [del gobierno]». El pueblo es una «gran bestia» que ha de domarse, declaró su colega Alexander Hamilton. Hubo que enseñar a los campesinos rebeldes e independientes, en ocasiones por la fuerza, que los ideales de los panfletos revolucionarios no había que tomárselos demasiado en serio. La gente del común no iba a estar representada por campesinos como ellos que conocían los sufrímientas del pueblo, sino por personas bien nacidas, comerciantes, ahogados y demás «hombres responsables» en los que podía cont'iarse para que defendieran los privilegios.

La doctrina imperante fue muy claramente expuesta por el presidente del Congreso Continental y primer magistrado del Tribunal Supremo, John Jay: «Las personas que son dueñas del país deben gobernarlo». Queda por resolver un punto: ¿quién es el dueño del país? La pregunta quedó contestada con el desarrollo de las empresas privadas, en forma de sociedades anónimas, y de las estructuras previstas para protegerlas y apoyarlas, aunque sigue siendo un tarea difícil obligar al pueblo a mantenerse en el papel de espectador.

Casi seguro que Estados Unidos es el caso de estudio más importante si pretendemos comprender el mundo actual y el de mañana. Una razón es su incomparable poder. Otra, sus estables instituciones democráticas. Además, Estados Unidos estuvo más cerca que nadie de ser una tabula rasa. América puede ser «tan feliz como quiera», comentaba Thomas Paine en 1776: «Tiene una hoja en blanco en la que escribir». Las sociedades indígenas f ueron en buena medida eliminadas. Estados Unidos tampoco contiene demasiados residuos de estructuras europeas anteriores, una de las razones de la relativa debilidad del contrato social y de los sistemas de adhesión, que a menudo tienen sus raíces en instituciones precapitalistas. Y, en unas proporciones no usuales, el orden sociopolítico se proyectó de forma voluntaria. No es posible hacer experimentos al estudiar la historia, pero Estados Unidos es el país que más cerca está de ser el «caso ideal» de democracia capitalista de estado.

Además, el principal proyectista fue un astuto pensador político: James Madison, cuyas opiniones prevalecieron en gran medida. En los debates sobre la Constitución, Madison señaló que si las elecciones inglesas «estuvieran abiertas a todas las clases del pueblo, quedaría insegura la propiedad de los propietarios de tierras. Pronto habría una ley agraria», la cual daría tierra a los sin tierra. El sistema constitucional debía pensarse de forma que impidiera estas injusticias y «asegurara los intereses permanentes del país», como son los derechos de propiedad.

Entre los estudiosos de Madison hay acuerdo en que «la Constitución fue intrínsecamente un documento aristocrático pensado para refrenar las tendencias democráticas de la época», que entregaba el poder a los «buenos» y excluía a quienes no fueran ricos, bien nacidos ni prominentes por haber ejercido el poder político (Lance Banning). La primera responsabilidad del gobierno es «proteger la minoría de los opulentos frente a la mayoría», afirmó Madison. Este ha sido el principio que ha guiado al sistema democrático desde sus orígenes hasta hoy.

En las discusiones públicas, Madison hablaba de los derechos de las minorías en general, pero está bastante claro que estaba pensando en una determinada minoría: «la minoría de los opulentos». La teoría política moderna subraya la creencia de Madison en que, «en un gobierno justo y libre, deben protegerse de forma eficaz tanto los derechos de la propiedad como los de las personas». Pero también en este caso es útil examinar la doctrina con mayor detenimiento. No existen derechos de la propiedad, sólo derechos a la propiedad: es decir, derechos de las personas con propiedad. Tal vez yo tenga derecho a mi coche, pero mi coche no tiene ninguna clase de derechos. El derecho a la propiedad difiere también de otros en que la posesión que tiene una persona de la propiedad priva a otros del mismo derecho: si yo soy dueño de mi coche, usted no puede serlo; pero en una socieciad justa y libre mi libertad de expresión no limita la suya. El principio de Madison es, pues, que el gobierno debe proteger los derechos de las personas en general, pero debe garantizar de manera especial y adicional los derechos de una clase de personas, las que tienen propiedades.

Madison previó que la democracia estaría probablemente más amenazada conforme pasara el tiempo, debido al aumento de «la proporción de los que serán víctimas de todas las penalidades de la vida y, en secreto, suspirarán por un reparto más equitaitivo de sus bendiciones». Era posible que ganasen influencia, temía Madison. Le preocupaban los «síntomas de un espíritu nivelador» que ya habían aparecido y advirtió sobre «el futuro peligro» si el derecho al voto ponía «poder sobre la propiedad en manos de quienes no la compartían». No cabe esperar que aquellos «sin propiedad, o sin esperanzas de adquirirla, simpaticen lo bastante con este derecho», explicaba Madison. Su solución era mantener el poder político en manos de quienes «representan y provienen de la riqueza de la nación», «el conjunto de hombres más capaces», manteniendo a la población en general fragmentada y desorganizada.

El problema del «espíritu nivelador» también surgió en el extranjero, por supuesto. Se aprende mucho sobre la «teoría democrática que realmente existe» viendo cómo se percibe este problema, especialmente en los documentos secretos para uso interno, donde los dirigentes pueden ser más sinceros y llanos.

Tómese el importante ejemplo de Brasil, el «coloso del sur». En una visita realizada en 1960, el presidente Eisenhower aseguró a los brasileños que «nuestro sistema de empresa privada con conciencia social beneficia a todo el mundo, lo mismo propietarios que trabajadores ... En libertad, el trabajador brasileño es una feliz demostración de las bienaventuranzas del sistema democrálico». El embajador agregó que la influencia norteamericana había derribado «el antiguo orden de América del Sur», introduciendo «ideas revolucionarias como la libre enseñanza obligatoria, la igualdad ante la ley, una sociedad relativamente sin clases, un sistema de gobierno responsable y democrático, la libre empresa competitiva [y] un fabuloso nivel de vida para las masas».

Pero los brasileños reaccionaron con aspereza a las buenas nuevas aportadas por sus tutores del norte. Las elites latinoamericanas son «como niños», informó el secretario de Estado John Foster Dulles al Consejo Nacional de Seguridad, «sin prácticamente ninguna capacidad de autogobierno». Lo que era aún peor, Estados Unidos se halla «irremediablemente muy por detrás de los soviélicos en cuanto a haber desarrollado controles sobre las mentes y las emociones de los pueblos sencillos». Dulles y Eisenhower manifestaron su preocupación por la «capacidad [de los comunistas] para hacerse con el control de los movimientos de masas», una capacidad que «nosotros no estamos en condiciones de igualar»: «Se dirigen a los pobres y éstos siempre han deseado expoliar a los ricos».

En otras palabras, nos resulta difícil inducir a la gente a aceptar nuestra doctrina de que los ricos deben expoliar a los pobres, un problema de relaciones públicas que todavía no se ha resuelto.

La administración Kennedy se enfrentó al problema cambiando la misión de los militares latinoamericanos, que era la «defensa del hemisferio» y pasó a ser «la seguridad interior», una decisión que tendría fatales consecuencias, empezando por el brutal y criminal golpe militar en Brasil. El ejército estaba considerado por Washington una «isla de salud mental» dentro de Brasil y el golpe fue bien acogido por Lincoln Gordon, el embajador de Kennedy, como «una rebelión democrática», en realidad «la victoria más decisiva de la libertad a mediados del siglo xx». Antiguo economista de la Universidad de Harvard, Gordon agregó que «la victoria de la libertad» – es decir, el derrocamiento violento de la democracia parlamentaria – debía «crear un clima mucho más apto para las inversiones privadas», aportando alguna adicional luz sobre el significado en la práctica de los términos libertad y democracia.

Dos años después el secretario de Defensa Robert McNamara informaba a sus socios de que «la política de Estados Unidos con los militares latinoamericanos había sido, en conjunto, eficaz para alcanzar los objetivos que se pretendían». Esta política había mejorado la «competencia en seguridád interior» y establecido el «predominio de la influencia estadounidense entre los militares». Los militares latinoamericanos entienden sus tareas y estan equipados para llevarlas a cabo gracias a los programas de Kennedy para ayuda e instrucción militar. Estas tareas incluyen el derrocamiento de gobiernos civiles «siempre que, a juicio de los militares, la conducta de los líderes sea perjudicial para el bienestar de la nación». Estas acciones de los militares son necesarias «en el medio cultural de América Latina», explicaron los intelectuales kennedistas. Y podemos confiar en que las llevarán a cabo como es debido, ahora que los militares han ganado «comprensión e inclinación a favor de los objetivos estadounidenses». Esto asegura un desenlace correcto de la «lucha revolucionaria por el poder entre los grandes agrupamientos que constituyen la actual estructura de clases» en América Latina, desenlace que protegerá el comercio y «la inversión privada de Estados Unidos», la «raíz económica» que está en el corazón de los «intereses políticos estadounidenses en América Latina».

Son clocumentos secretos, en este caso del liberalismo kennediano. El discurso público es, naturalmente, muy distinto. Si nos atenemos a éste, entenderemos poco sobre el verdadero significado de la «democracia» y sobre el orden global de los últimos años; ni tampoco del futuro, puesto que las riendas siguen en las mismas manos. Los estudios más serios exponen con claridad los hechos fundamentales. La Agencia Nacional de Seguridad, creada y respaldada por Estados Unidos, es investigada en un importante libro de Lars Schoultz, uno de los principales estudiosos de América Latina. Su objeto, en palabras de este autor, era «destruir para siempre la amenaza detectada contra la existente estructura de privilegios socioeconómicos mediante la eliminación de la participación de la mayoría numérica», la «gran bestia» de Hamilton. El objetivo es básicamente el mismo que en la sociedad norteamericana, aunque los medios sean distintos.

La pauta persiste en la actualidad. El campeón de los violadores de los derechos humanos en el hemisferio es Colombia, a su vez el principal recipiendario de ayuda e instrucción militar norteamericana en los últimos años. El pretexto es «la guerra contra el narcotráfico», pero esto es «un mito», como explican sin excepción los principales grupos que defienden los derechos humanos, la iglesia y otros investigadores de la escandalosa marca de atrocidades y de los estrechos vínculos entre narcotraficantes, terratenientes, el ejército y sus socios paramilitares. El terror estatal ha devastado las organizaciones populares y prácticamente destruido el único partido político independiente mediante el asesinato de miles de activistas, entre ellos candidatos a la presidencia, alcaldes y demás. No obstante, Colombia es ensalzada como democracia estable, lo que de nuevo pone de manifiesto qué se entiende por «democracia».

Un ejemplo especialmente instructivo es la reacción a la primera experiencia democrática en Guatemala. En este caso, los documentos secretos son en parte accesibles, de modo que sabemos bastante sobre los criterios que guiaban la política. En 1952 la CIA advirtió de que las «medidas políticas radicales y nacionalistas» del gobierno habían ganado «el apoyo o la aquiescencia de casi todos los guatemaltecos». El gobierno estaba «movilizando al campesinado hasta entonces políticamente inerte» y creando «un apoyo de masas para el actual régimen» mediante organizaciones de trabajadores, la reforma agraria y otras medidas «identificadas con la revolución de 1944», que había promovido «un fuerte movimiento nacional para liberar Guatemala de la dictadura castrense, del atraso social y del "colonialismo económico", que habían sido la norma en el pasado». Las medidas políticas del gobierno democrático «correspondían a los intereses de la mayor parte de los guatemaltecos conscientes e inspiraban su lealtad». La inteligencia del Departamento de Estado informaba de que la dirección democrática «insistía en mantener un sistema político abierto», lo que permitía que los comunistas «ampliaran sus actividades y apelaran con efectividad a diversos sectores de la población». Estas deficiencias de la democracia fueron restalladas con el golpe militar de 1954 y el subsiguiente reinado del terror, siempre con el apoyo a gran escala de Estados Unidos.

El problema de asegurar el «consentimiento» también se planteó en las instituciones internacionales. Al principio, Naciones Unidas fue un instrumento de confianza para la política estadounidense y mereció grandes elogios. Pero la descolonización trajo lo que iba a llamarse la «tiranía de la mayoría». A partir de la década de 1960 Washington pasó a ser quien más vetaba las resoluciones del Consejo de Seguridad (con Gran Bretaña en segundo puesto y Francia de tercero a distancia) y quien más veces volaba, solo o en compañía de algunos países clientes, contra las resol uciones de la Asamblea General. Naciones Unidas perdió el favor y empezaron a aparecer serios artículos que se interrogaban sobre por qué el mundo se estaba «oponiendo a Estados Unidos», que Estados Unidos pudiera estarse oponiendo al mundo se consideraba demasiado extravagante para tenerlo en cuenta. Las relaciones estadounidenses con el Tribunal Internacional de la Haya y con otras instituciones supranacionales han seguido una evolución similar, sobre lo cual volveremos.

Mis comentarios sobre las raíces madisonianas de las ideas que prevalecen sobre la democracia han sido injustos en un aspecto de importancia. Al igual que Adam Smith y otros fundadores del liberalismo clásico, Madison era precapitalista y, en espíritu, anticapitalista. Confiaba en que los gobernantes serían «iluminarlos hombres de estado» y «filósofos benevolentes», «cuya sabiduría sabría discernir lo mejor posible los verdaderos intereses de su país». Ellos «refinarían» y «ensancharían» las «actitudes púhlicas», protegiendo los verdaderos intereses del país contra los «desatinos» de las mayorías democráticas; pero con luces y benevolencia.

Pronto hubo de descubrir otras cosas Madison, conforme la «minoría de los opulentos» procedió a utilizar su recién hallado poder de manera muy parecida a como había predicho Adam Smith pocos años antes. Se esforzaron en seguir lo que Smith llamó la «infame máxima» de los señores: «Todo para nosotros y nada para los demás». En 1792 Madison advirtió que en el incipiente estado capitalista en formación se estaba «sustituyendo el motivo de servir al público por el de los intereses privados», lo que conducía a «un auténtico dominio de unos pocos bajo la aparente libertad de los más». Deploraba «la osada depravación de los tiempos» en que los poderes privados «se convertirán en la guardia pretoriana del gobierno, a la vez sus intrumentos y su tirano, sobornados por su liberalidad e intimidándolo con clamores y alianzas». Estos poderes proyectaron sobre la sociedad esa sombra que llamamos «la política», como posteriormente diría Dewey. Uno de los principales filósofos del siglo xx y figura sobresaliente del liberalismo en América del Norte, Dewey subrayó que la democracia tiene poco contenido cuando el gran capital gobierna la vida del país a través del control de «los medios de producción, comercio, publicidad, transporte y comunicaciones, reforzado por mandar en la prensa y en sus agencias, además de en otros medios de publicidad y propaganda». Sostuvo adicionalmente que, en una sociedad libre y democrática, los trabajadores deben ser «dueños de su propio destino laboral», no herramientas que alquilan los patronos, ideas que pueden rastrearse en el liberalismo clásico y en la ilustración, y que han reaparecido constantemente en las luchas populares lo mismo en Estados Unidos que en otros lugares.

Ha habido muchos cambios en los últimos doscientos años, pero las amonestaciones de Madison no se han vuelto sino más pertinentes, adoptando un nuevo significado desde la constitución de las grandes tiranías privadas a las que se concedieron extraordinarios poderes a principios de siglo, sobre todo a través de los tribunales. Las teorías inventadas para justificar estas entidades, o «personas jurídicas colectivas», como a veces las denominan los historiadores del derecho, se basan en ideas que también están en el fondo del fascismo y del bolchevismo: las entidades orgánicas tienen derechos por encima de los de las personas. Son objeto de la magna «generosidad» de los estados que en buena medida dominan, de los que siguen siendo a la vez «herramientas y tiranos», en expresión de Madison. Y han ganado un sustancial control sobre la economía nacional e internacional, así como sobre los sistemas de información y adoctrinamiento, lo que trae a la cabeza otra de las preocupaciones de Madison: que «un gobierno popular sin información popular, o sin los medios para conseguirla, no es más que el prólogo a una farsa o a una tragedia; o tal vez ambas cosas».

Detengámonos ahora en las doctrinas que se han elaborado para imponer las modernas formas de democracia política. Se exponen con bastante precisión en un importante manual de la industria de relaciones públicas, obra de una de sus figuras más descollantes, Edward Bernays. Arranca con la observación de que «la manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones establecidos de las masas es un componente importante ole la sociedad democrática». Para llevar adelante esta tarea esencial, «las minorías inteligentes deben utilizar la propaganda constante y sistemáticamente», porque sólo éstas «comprenden los procesos mentales y las pautas sociales de las masas» y pueblen «mover los hilos que controlan la opinión pública». Por lo tanto, nuestra «sociedad ha consentido en permitir que la libre competencia se organice mediante el liderazgo y la propaganda», otro caso de «consentimiento sin consentimiento». La propaganda procura al liderazgo un mecanismo «para moldear el pensamiento de las masas» de tal modo que «encaucen su recién ganada fuerza en la dirección deseada». El liderazgo puede «unitormar todas las parcelas de la opinión pública tanto como el ejército uniforma los cuerpos de los soldados». Este proceso de «ingeniería del consentimiento» es la mismísima «esencia del proceso democrático», escribió Bernays poco después de que la Asociación Americana de Psicología lo homenajeara en 1949.

La importancia de «controlar la opinión pública» se ha reconocido cada vez con mayor claridad a medida que las luchas populares lograban ampliar el terreno de juego democrático, dando lugar así a la aparición de lo que las elites liberales llaman «la crisis de la democracia», lo que ocurre cuando poblaciones normalmente pasivas y apáticas se organizan y buscan entrar en la arena política para perseguir sus intereses y reivindicaciones, con lo que amenazan la estabilidad del orden. Tal como explicaba Bernays el problema, «con el sufragio universal y la escolarización universal ... al final incluso la burguesía ha tenido miedo de la gente del pueblo. Pues las masas se prometían llegar a ser el rey», tendencia que por fortuna se ha invertido – así se esperaba – conforme se han ido inventando y poniendo en práctica nuevos métodos «para modelar la mentalidad de las masas».

Buen liberal del New Deal, Bernays había cultivado sus habilidades en el Comité de Información Pública de Woodrow Wilson, la primera agencia estatal de propaganda que ha habido en Estados Unidos. «Fue el asombroso éxito de la propaganda durante la guerra lo que abrió los ojos de los contados inteligentes que hay en todos los sectores de la vida a las posibilidades de uniformar la opinión pública», explicaba Bernays en su manual de relaciones públicas, titulado Propaganda. Los contados inteligentes tal vez fueran conscientes de que su «asombroso éxito» se basaba, en no pequeña parte, en invenciones propagandísticas acerca de las atrocidades de los «hunos» que les suministraba el Ministerio de Información británico, que en secreto definía su actividad como la de «dirigir el pensamiento de la mayor parte de la gente».

Todo esto es buena doctrina wilsoniana, lo que se conoce en teoría pol ítica por «el idealismo de Wilson». La visión personal de Wilson era que se necesita una elite de caballeros con «ideales elevados» para preservar «la estabilidad y la justicia». La minoría inteligente de «hombres responsables» es la que debe controlar la toma de decisiones, explicaba Walter Lippmann, otro veterano del comité de propaganda de Wilson, en sus influyentes ensayos sobre la democracia. Lippmann también fue la figura más respetada del periodismo norteamericano y un notorio comentarista de la actualidad política durante medio siglo. La minoría inteligente es una «clase especializada», responsable de ajustar la política y «crear una sólida opinión pública», pormenorizaba Lippmann. Debe estar libre de la interferencia del público en general, compuesto de «intrusos ignorantes e impertinentes».

El público debe «ser puesto en su silio», proseguía Lippmann: su «función» es ser «espectadores de la acción», sin participar, excepto en los períodos electorales cuando escogen entre la clase especializada. Los dirigentes deben tener libertad para operar en «aislamiento tecnocrático», tomando prestada la actual terminología del Banco Mundial.

En la Encyclopaedia of Social Sciences, Harold Laswell, uno de los fundadores de la moderna ciencia política, advirtió que las minorías inteligentes deben reconocer la «ignorancia y estupidez de las masas» y no sucumbir a «dogmatismos democráticos acerca de que los hombres son los mejores jueces de sus propios intereses». Los mejores jueces no son ellos, somos nosotros. Las masas deben ser controladas por su propio bien; y en las sociedades más democráticas, donde no cabe el recurso a la fuerza, los manipuladores sociales deben utilizar «todas las nuevas técnicas de control, en buena medida mediante la propaganda».

Nótese que se trata de buena doctrina leninista. Es bastante llamativa la similitud entre la teoría democrática progresista y el marxismo leninismo, algo que Bakunin había predicho hace mucho tiempo.

Una vez bien entendido el concepto de «consentimiento», podemos apreciar que la implantación del programa del capital por encima de las objeciones de la gran mayoría de la población constituye, «con el consentimiento de los gobernados», una forma de «consentimiento sin consentimiento». Esto viene a ser una ajustada descripción de lo que ha ocurrido en Estados Unidos. A menudo hay una brecha entre las preferencias públicas y la política pública. En los últimos años esta brecha se ha vuelto sustancial. Una comparación aporta nueva luz sobre el funcionamiento del sistema democrático.

Más del 80 por 100 del público cree que el gobierno «actúa a favor de la minoría y de intereses particulares, no de la gente», superando el 50 por 100, más o menos, de años anteriores. Más del 80 por 100 cree que el sistema económico es «intrínsecamente injusto» y que los trabajadores tienen poco que decir sobre lo que ocurre en el país. Más del 70 por 100 opina que «el mundo financiero ha ganado demasiado poder sobre demasiados aspectos de la vida norteamericana» y, casi en una proporción de 20 a 1, el público cree que las empresas «deberían sacrificar a veces parte de los beneficios con vistas a mejorar las condiciones de los trabajadores y de la comunidad».

Las actitudes públicas se mantienen obstinadamente socialdemócratas en importantes aspectos, como ocurrió durante todos los años de Reagan, en contra de lo que diga tanta mitología. Pero debemos asimismo notar que estas actitudes quedan lejos de las ideas que animaron las revoluciones democráticas. Los trabajadores de la América del Norte del siglo xix no rogaban a sus gobernantes que fueran más benévolos. Más bien les negaban el derecho a mandar. «Las fábricas deben ser de quienes trabajan en ellas», exigía la prensa obrera, manteniendo los ideales de la revolución americana tal como los entendía la peligrosa chusma.

Las elecciones al Congreso de 1994 son un ejemplo revelador de la distancia que hay entre la retórica y los hechos. Se las calificó de «terremoto político», de «victoria aplastante», de «triunfo del conservadurismo» que reflejaba el persistente «deslizamiento hacia la derecha», al otorgar los votantes un «mandato arrolladoramente popular» a la tropa ultraderechista de Nwet Gingrich que prometía «quitarnos el gobierno de encima» y volver a los felices tiempos en que reinaba el mercado libre.

Ateniéndose a los datos, la «victoria aplastante» se obtuvo con poco más de la mitad de los votos emitidos, alrededor del 20 por l 00 del electorado, cifras que apenas se diferencian de las de dos años antes, cuando ganó el partido Demócrata. Uno de cada seis votantes describió los resultados como la «ratificación del programa republicano». Uno de cada cuatro había oído hablar del Contrato con América, que exponía tal programa. Y cuando se la informaba, la gente se oponía prácticamente a la totalidad del programa en su gran mayoría. Alrededor del 60 por 100 de la población quería que aumentasen los gastos sociales. Un año después, el 80 por 100 sostenía que «el gobierno federal debe proteger a los más vulnerables de la sociedad, sobre todo a pobres y ancianos, garantizando niveles mínimos de vida y proporcionando prestaciones sociales». Entre el 80 y el 90 por 100 de los norteamericanos eran partidarios de que el gobierno federal garantizase la asistencia pública para quienes no pueden trabajar, el seguro de paro, las medicinas subvencionadas y las atenciones a domicilio de los ancianos, unos mínimos niveles de servicios sanitarios y la seguridad social. Tres cuartas partes apoyaban que se garantizase desde el gobierno federal el cuidado de los hijos de las mujeres trabajadoras con bajos ingresos. Es especialmente llamativa la persistencia de estas actitudes a la luz del ininterrumpido bombardeo de la propaganda destinada a convencer a la gente de que sostiene criterios radicalmente distintos.

Los estudios de opinión pública muestran que cuanto más saben los votantes sobre el programa de los congresistas republicanos, más se oponen al partido y a su programa. El portaestandarte de la revolución, Newt Gingrich, era impopular en el momento de su «triunfo» y se ha ido hundiendo posteriormente, pasando a ser tal vez la figura política más impopular del país. Uno de los aspectos más cómicos de las elecciones de 1996 fue la escena en que los más estrechos colaboradores de Gingrich se esforzaron en negar toda conexión con su líder y las ideas de éste. En las primarias, el primer candidato en desaparecer, prácticamente desde el mismísimo inicio, fue Phil Gramm, el único representante de los congresistas republicanos, muy bien provisto de fondos, que decía todo cuanto se suponía, según los titulares de prensa, que gustaba a los votantes. En realidad, casi todos los temas políticos desaparecieron desde el mismo instante en que los candidatos tuvieron que enfrentarse a los votantes en enero de 1996. El ejemplo más espectacular fue el equilibrio presupuestario. A lo largo de 1995, el principal problema del país era cuánto se tardaría en alcanzarlo, si siete años o un poco más. El gobierno fue acallado varias veces durante el fragor de la controversia. Tan pronto se iniciaron las primarias se esfumaron las chácharas sobre el presupuesto. El Wall Street Journal informaba con sorpresa de que los votantes «habían abandonado su obsesión por el equilibrio presupuestario». La auténtica «obsesión» de los votantes era precisamente la contraria, como demostraban periódicamente las encuestas: su oposición a equilibrar el presupuesto bajo cualesquiera supuestos mínimamente realistas.

Para ser exactos, una fracción del público compartía la «obsesión» de los dos partidos políticos por equilibrar el presupuesto. En agosto de 1995, el 5 por 100 de la población consideraba que el déficit era el problema más importante del país, más o menos el mismo porcentaje que se inclinaba por los homeless. Pero entre el 5 por 100 obsesionado por el presupuesto se contaban personas de peso. «La patronal del país ha hablado: equilibrar el presupuesto federal», anunciaba el Business Week al informar sobre una encuesta entre ejecutivos estadounidenses de solera. Y cuando habla la patronal, lo mismo dicen la clase política y los medios de comunicación, que explicaron a la población que se precisaba equilibrar el presupuesto, detallando los recortes del gasto social en concordancia con la voluntad pública; y pasando por encima la sustancial oposición que demostraban las encuestas. No es sorprendente que el tema desapareciera súbito del mapa cuando los políticos tuvieron que hacer frente a la gran bestia.

Tampoco es sorprendente que el programa siga llevándose a práctica según el habitual proceder de doble filo, con crueles y a menudo impopulares recortes del gasto social a la par que aumentos en el presupuesto del Pentágono a que se opone la opinión pública, pero en ambos casos con el firme apoyo del empresariado. Las razones de que crezca el gasto son fáciles de entennder si tenemos presente el papel que desempeña el sistema del Pentágono dentro del país: transferir fondos públicos a sectores avanzados de la industria, de modo que los ricos electores de Newt Gingrich, por ejemplo, queden protegidos de los rigores del mercado con mayores subvenciones estatales que cualquier otro distrito del país (exceptuando el propio gobierno federal), mientras el líder de la revolución conservadora denuncia el gigantismo estatal y alaba el austero individualismo.

Desde el principio estuvo claro en las encuestas que no eran ciertos los cuentos de la aplastante victoria conservadora. Ahora el fraude se admite en silencio. El especialista en encuestas de los republicanos de Gingrich explicó que, cuando él exponía que la mayor parte de la gente apoyaba el Contrato con América, lo que quería decir era que les gustaban los eslóganes utilizados en la propaganda. Por ejemplo, sus estudios mostraban que el público se.oponía al desmantelamiento del sistema sanitario, el cual queria «conservar, proteger y reforzar» para «la siguiente generación». De modo que el desmantelamiento se presentaba en la propaganda como «una solución que preserva y protege» el sistema sanitario para la siguiente generación. De este tenor viene a ser todo en general.

Esto es muy natural en una sociedad que está dirigida por las finanzas hasta un punto fuera de lo habitual, con inmensos gastos en mórketing: un billón de dólares al año, una sexta parte del producto nacional bruto, en buena parte deducible en los impuestos, de modo que la gente paga por el privilegio de ser sometida a la manipulación de sus actitudes y comportamientos.

Pero la gran bestia es dura de domar. Repetidas veces se ha pensado que el problema estaba resuelto y que se había alcanzado el «final de la historia», una especie de utopía de los señores. Un precedente clásico tuvo lugar en los orígenes de la doctrina neoliberal, a comienzos del siglo XIX, cuando David Ricardo, Thomas Malthus y otras grandes figuras de la economía clásica anunciaron que la nueva ciencia había demostrado, con la misma exactitud que las leyes de Newton, que sólo perjudicaríamos a los pobres si pretendiéramos ayudarlos y que el mejor regalo que podemos ofrecer a las masas que sufren es librarlas de la ilusión de que tienen derecho a vivir. La nueva ciencia demostró que las gentes no tenían otros derechos más allá de los que pudieran al tener en el mercado de trabajo sin regulación. En la década de 1830 estas doctrinas parecían haber triunfado en Inglaterra. Con la victoria del pensamiento derechista al servicio de los interes manufactureros y financieros británicos, los habitantes de Inglaterra se vieron «forzados a entrar por la senda del experimento utópico», escribió Karl Polanyi, en su clásica obra La gran transformación (The Great Transformation), hace cincuenta años. Fue la más «despiadada acción de reforma social de toda historia», proseguía Polanyi, que «segó innumerables vidas». Pero surgió un problema no previsto. Las estúpidas masas empezaron a sacar la conclusión de que si nosotros no tenemos ningún derecho a vivir, vosotros no tenéis ningún derecho a mandar. El ejército británico tuvo que hacer frente a algaradas desórdenes, y pronto se conformó una amenaza aún mayor cuando los trabajadores empezaron a organizarse, exigiendo normativas laborales y legislación social que los protegiesen del crudo experimento neoliberal, y a menudo yendo mucho más lejos. La ciencia, que afortunadamente es flexible, adoptó formas nuevas conforme las opiniones de las elites variaron en respuesta a las incontrolables fuerzas populares, descubriendo que debe protegerse el derecho a vivir mediante alguna clase de contrato socal.

Más entrado el siglo XIX, muchos estuvieron de acuerdo en que el orden había vuelto a restaurarse, aunque unos cuantos disintieron. El famoso artista William Morris escandalizó a la opinión respetable al declararse socialista en una conferencia pronunciada en Oxford. Reconocía que era «la opinión admitida que el sistema competitivo, el de "Sálvese quien pueda", es el último sistema económico que conocerá el mundo; que es la perfección y que, por lo tanto, con él se ha alcanzado lo irrevocable». Pero, si la historia ha terminado, continuaba, «la civilización perecerá». Y esto se negaba a creerlo, pese a las confiadas proclamas de los «hombres más sabios». Tenía razón, como ha demostrado la lucha de los pueblos.

También en Estados Unidos se saludaron los Alegres Noventa de hace un siglo como «la perfección» y «lo irrevocable». Y en los Locos Años Veinte se asumía confiadamente que la clase trabajadora había sido aplastada de una vez por todas y que se había alcanzado la utopía de los señores: unos «Estados Unidos muy poco democráticos», que habían sido «creados por encima de las protestas de los trabajadores», comenta David Montgomery, historiador de la Universidad de Yale. Pero de nuevo fue una celebración prematura. Al cabo de pocos años la gran bestia escapaba una vez más de su jaula e incluso Estados Unidos, el mejor ejemplo de sociedad dirigida por las finanzas, fue obligado por la lucha popular a conceder derechos que se habían ganado mucho antes en sociedades más autocráticas.

Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, el capital lanzó una ofensiva propagandística para recuperar, el terreno que había perdido. A finales de los cincuenta se daba en general por hecho que se había alcanzado el objetivo. Habíamos llegado al «final de las ideologías» en el mundo industrial, escribió el sociólogo de Harvard Daniel Bell. Pocos años antes, el director de una de las principales pubhcaciones especializadas en economía, Fortune, había informado sobre la «desconcertante» magnitud de la campaña propagandística de la patronal destinada a superar las actitudes socialdemócratas que persistieron durante los años de la posguerra.

Pero de nuevo era la celebración prematura. Los acontec mientas de los años sesenta demostraron que la gran bestia se mantenía al acecho, despertando una vez más entre los «hombres responsables» el miedo a la democracia. La Comisión Trilateral fundada por David Rockefeller en 1973, dedicó su primer gran estudio a la «crisis de la democracia» que vivía todo el mundo industrial al estar tratando de introducirse en la arena pública grandes sectores de la población. Los ingenuos podrían interpretar que era un paso hacia la democracia, pero la Comisión entendió que era un «exceso de democracia» y confiaba en restaurar los días en que «Truman había podido gobernar el país con la cooperación de un número relativamente pequeño de banqueros abogados de Wall Street», como comentaba el ponente norteamericano. Eso era la debida «moderación democrática». De especial interés para la Comisión fueron los fracasos de las dc nominadas instituciones responsables «de adoctrinar a los jóvenes». las escuelas, las universidades y las iglesias. La Comisión propuso medidas para restaurar la disciplina y restablecer en la pasividad y la obediencia en la gran masa de la población, con lo que superaría la crisis de la democracia.

La Comisión representa los sectores internacionalistas má progresistas del poder y de la vida intelectual en Estados Unidos, Europa y Japón: la administración Carter perdió casi por completo su parroquia. El ala derecha adoptó una línea mucho más dura.

Desde la década de 1970, los cambios habidos en la economía internacional han puesto nuevas armas en manos de los señores, permitiéndoles hacer menuzos el odiado contrato social que se había ganado en la lucha popular. El espectro político de Estados Unidos, siempre tan estrecho, se ha adelgazado hasta la casi invisibilidad. Pocos meses después de que Clinton tomara posesión de la presidencia, el artículo de fondo del Wall Street Journal manifestaba su complacencia por que «asunto tras asunto, Mr. Clinton y su administración se decantaran por el mismo lado que el empresariado norteamericano», ganándose las felicitaciones de quienes dirigen las grandes corporaciones, que estaban encantados de «estar saliendo mucho mejor parados con esta administración que con las anteriores», como dijo uno de ellos.

Un año después, los grandes hombres de negocios pensaron que aún podía irles mejor, y en septiembre de 1995 el Business Week informaba de que el nuevo Congreso «representa un hito para la patronal: nunca antes habían llovido tantísimas peladillas sobre los empresarios estadounidenses». En las elecciones de 1996, los dos candidatos eran republicanos moderados y, colaboradores del gobierno desde antiguo, candidatos del mundo financiero. La campaña fue de una «insulsez histórica», las encuestas de la prensa económica mostraban que el interés del público había descendido incluso por debajo de los bajos niveles previstos, pese a que el gasto había batido marcas, y que a los votantes no les gustaban ninguno de los dos candidatos y poco esperaban de cualquiera de ellos.

Hay un descontento en gran escala con el funcionamiento del sistema democrático. Un fenómeno similar se había detectado en América Latina y, aunque las condiciones fueran muy distintas, las razones eran en parte las mismas. El politólogo argentino Atilio Boron ha recalcado el dato de que en América Latina los procedimientos democráticos se establecieron a la vez que las reformas económicas neoliberales, que han sido un desastre para la mayoría de la población. La introducción de programas similares en el país más rico del mundo ha tenido efectos similares. Cuando más del 80 por 100 de los habitantes opina que el sistema democrático es una farsa y que la economía es «intrínsecamente injusta», «el consentimiento de los gobernados» está tocando fondo.

La prensa económica deja constancia del «claro subyugamiento de la mano de obra por el capital durante los últimos quince años», lo que ha reportado a éste numerosas victorias. Pero también advierte que tal vez los días gloriosos no duren, debido a la cada vez más «agresiva campaña» de los trabajadores «para asegurar[se] el llamado "salario digno"» y «garantizar[se] una mayor tajada del pastel».

Merece la pena recordar que ya hemos pasado antes por todo esto. El «final de la historia», la «perfección» y la «irrevocabiliclad» se habían proclamado muchas veces, siempre en falso. Y pese a tantas sórdidas repeticiones, un alma optimista todavía podría discernir un lento progreso, con realismo, creo yo. En los países industriales avanzados, y también es frecuente en otros, las luchas populares pueden partir de un plano superior y con mejores expectativas que en los Alegres Noventa y en los Locos Años Veinte, e incluso que hace tres décadas. Y la solidaridad internacional podrá adoptar formas nuevas y más constructivas conforme la gran mayoría de los habitantes del mundo llegue a comprender que sus intereses son aproximadamente los mismos y que son defendibles si se actúa conjuntamente. No hay más razón ahora que antes para creer que estamos constreñidos por leyes sociales misteriosas y desconocidas, y no por las simples decisiones que se adoptan en instituciones sometidas a la voluntad humana; instituciones humanas que tienen que hacer frente a la prueba de la legitimidad y que, si no la satisfacen, son sustituihles por otras que sean más libres y más justas, como ha ocurrido tantas veces en el pasado.

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